Ajuste de Cuentas (VIII)

Esta mañana me levanté fuerte de ánimo y decidí subir a la torre. Durante todos estos días, lo había estado evitando, llenando la escalera que lleva a ella, de cualquier cosa: periódicos, libros, papeles, etc… Como sí todo ello fuese fabricando un muro inexorable entre la triste realidad de tu partida y las estanterías de nuestra vida.

Lo primero que hice fue abrir la ventana y permitir que la luz y el incansable piar de los pajarillos invadiera la habitación. Luego, con un giro de 180º  la recorrí con la mirada. La verdad es que estábamos recopilando una buena biblioteca: la de tu «tercera reencarnación», solías decir.

Di cinco pasos y abrí un cajón de los tuyos, de los que llevaban cerrados muchos años. El primer recuerdo, una foto tuya, me pegó un puñetazo en el estómago. Fue como esas horribles cajas sorpresa que te asustan, literalmente, con la cara de un payaso mal hecho. Pero, hice de tripas, corazón, y hundí la mano hasta el fondo del desconcierto.

Se me ha ido la mañana en ello. Me gustó comenzar a (re)descubrir tu pasado. Un pasado del que tan sólo me hablabas, pero del que apenas fui testigo. Encontré un montón de documentos y de cartas. He decidido invertir mi tiempo en ordenar y clasificar todos esos archivos. Es probable que hasta surja un buen proyecto de repaso histórico literario. La verdad, ha resultado interesante mirar con estos ojos, tu tesoro poético.

Estaba tan entusiasmada leyendo manuscritos, poemas, artículos que, sin darme cuenta, caí en una caja que hubiese preferido abrir en otra ocasión. Tenía que haberte insistido en que hicieras la limpieza qué tanto postergabas, cuando nos mudamos a esta casa. Imaginarás que se nubló todo de pronto, aunque la ventana seguía abierta. Un intenso pudor me impidió hurgar el contenido de tus «otras vidas»: tus amores, tus pasiones, tus tristezas… La cerré de golpe y di por concluida la labor del día de hoy.

Mientras trataba de cocinar algo para comer, pensé qué la pena que me hiere se hace inmensa porque, tú y yo, no tuvimos tiempo de dejarnos de amar. Apenas siete años que no alcanzan ni a guardarse en un cajón.

No, querido, no: uno se tiene que marchar cuando no se noté su ausencia. Ni antes, ni después.

En eso si qué me has fallado.

Y en no haber limpiado tus cajones…

3 comentarios en “Ajuste de Cuentas (VIII)

  1. ¡Ánimo Alejandra!, que esto es como un reloj de arena.
    Grano a grano la tristeza y la soledad irán desapareciendo, como la arena lo hace para pasar de un habitáculo a otro.
    Cuando este periodo haya terminado, podrás dar la vuelta otra vez al reloj y seguro que en ese momento los granos que encuentres son de otro color.

    No tengas pudor en abrir los cajones ocultos de la vida de Carlos, el decidió compartir contigo sus últimos días, y estoy convencido de que le hubiera gustado. Pero tampoco tengas prisa, pues los duelos tienen su tiempo preestablecido, y no por ir rápido en esta carrera se llega antes.

    Como testigo directo, puedo decirte que desde antes que Carlos marchara has tenido más que valor y claridad de sentimientos (para lo que ha sido la situación). Desde mi punto de vista no lo has podido llevar y hacer mejor.
    Así que ánimo, sigue como hasta ahora y no olvides la paciencia y el autocuidado que debes darte.

    Nos vemos el sábado en llanes, creo que ya tenemos reservado para comer.

    Un besote enorme.

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