Reflexiones de una librera de segunda

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A diferencia de una librería tradicional, la librería de segunda oportunidad es frecuentada por lectores dispuestos a dejarse sorprender.
En su mayoría no son clientes que busquen algo concreto, más bien, desean encontrar algo que no esperan, de ahí que se conviertan en visitantes frecuentes si su primera experiencia cubrió sus expectativas.
Pero no solo se trata de volver a casa con un particular tesoro de papel, también les provoca un rato de charleta con el o la librera. Les gusta presumir de sus hallazgos; de los recuerdos que tal o cual libro les evoca. Andan a la caza de algún ejemplar rara avis. Suelen cumplir sus regalos con algún libro rescatado de las estanterías.
Poco a poco, eso se va convirtiendo en un ritual. Ser bien recibidos. Pasear la vista por cada una de las baldas. Por cada uno de los géneros, repasando a cada uno de los autores expuestos, les toma su tiempo y, en su mayoría, disfrutan de la calma que encuentran para hacerlo. Las prisas no existen.
Nuestros clientes gustan de abrir los libros, palparlos e imaginar de qué manos proceden. Si, a eso, el librero puede agregarle alguna historia sobre el anterior propietario, el ejemplar adquiere, de inmediato, un valor agregado.
Letra grande, letra pequeña. Año de edición. Una dedicatoria. Un ex libris. Una anotación de un anterior lector. Algo olvidado entre sus páginas. El más mínimo detalle convierte al ejemplar en algo único. Y, eso, es precisamente, lo que busca el cliente de una librería como la nuestra.
Entonces, las librerías de segunda oportunidad, que no de viejo, nos convertimos en una especie de extensión del salón de nuestros clientes, en el que se puede compartir un rato ameno con algún amigo.
La covid-19 golpea con cierta crueldad a librerías como la nuestra. Una librería pequeña, acogedora, dispuesta para las buenas charlas. Con todas sus paredes rodeadas de libros, diáfana, no ofrece ningún tipo de recoveco para aislar a nuestras visitas.
Hemos considerado varias opciones para ofrecer seguridad a los clientes, lo cual resulta especialmente complicado con los libros. El papel y la lejía no se llevan. Mucho menos los productos desinfectantes. ¿Protegerlos con bolsas de plástico? Tampoco es una buena opción, pues, precisamente, lo que hace atractiva nuestra oferta es poder manipular el libro.
Es decir, no es lo mismo vender novedades, una venta a tiro hecho, que no implica mayor manipulación que la de pedir y dar, que la de ofertar una edición que proviene de la biblioteca heredada de algún personaje y que, el buen lector, querrá inspeccionar a fondo.
¿Cómo ofrecer seguridad y comodidad a nuestros clientes? ¿Por cita previa? ¿Reconvertirnos en una especie de show room privado? No es opción, económicamente hablando. Las horas y los números no cuadrarían.
¿Internet? No. Desde el inicio de nuestro proyecto, descartamos la venta on line. Hay muy buenas librerías de segunda oportunidad que ofrecen un excelente servicio en este sentido. Pero eso supone que el lector sabe lo que quiere y, como en el caso de las novedades, va a tiro hecho.

En nuestro caso en particular, nuestro objetivo apostó por recuperar el sentido de libreria de barrio, con un criterio muy estricto sobre la calidad de nuestro fondo. A lo largo de tres años, hemos conseguido que nuestros clientes habituales reconozcan ese valor en nuestra oferta: saben, a ciencia cierta, que van a encontrar algo muy especial y en buenas condiciones.

De momento, tenemos claro los principios básicos: gel desinfectante, mascarillas, guantes, espacio para libros en cuarentena, lámpara ionizadora, limpieza constante, distancia de seguridad obligatoria y, sobre todo, mucho, pero mucho sentido común.

Poco a poco, nos dirigimos a la nueva normalidad en la tres catorce, no solo libros.

A partir del próximo 11 de mayo de 2020, fase 1, reabriremos la puerta con la tranquilidad de las tareas bien hechas.

Estamos deseosos de reencontrarnos con nuestros clientes y amigos en un entorno seguro y tranquilo, como en los viejos tiempos, pero con los nuevos aires.

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latrescatorce, no solo libros
García de Paredes, 25
Madrid 28010
Tel: 910 55 88 60

Los buenos vecinos

En pleno verano, con la ciudad medio desierta, es muy refrescante ser bienvenida en la casa de un buen vecino… ¡Gracias!

Amor al primer verso*

Amor al primer verso, es un cuento de la escritora mexicana Alejandra Díaz Ortiz, productora de televisión, guionista, promotora cultural y productora de conciertos (representó a Joaquín Sabina en México y una de las socias y promotoras de “La tres catorce”, librería y algo más, que se inauguró hace poco en el madrileño Barrio de Chamberí. Espero que este cuento os guste tanto como a mí.  J.L.Soba(seguir leyendo)

*** Este cuento forma parte del libro Cuentos chinos, editado por Trama editorial, con prólogo de Luis Eduardo Aute. El libro va por su cuarta edición…

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Y ella, ¿qué?

Ella denunció. Ella tuvo que sostener su denuncia. Tuvo que revivir una y otra vez el episodio. Ella ha tenido que defender la credibilidad de unos hechos que aún siguen bajo sospecha. Ella, con sus apenas dieciocho años.

Casi un año después, con un año más, sigue siendo demasiado joven para encajar el despliegue mediático que han suscitado sus «abusadores» según sentencia judicial. Demasiado joven para asumir por qué ellos pueden estar en libertad, hacer fiestas e, incluso, sonreír. Ella es demasiado joven para entender porque a ella se le cuestionó durante el juicio que retomara su vida normal, la de una jovencita que no ha llegado a los veinte años. Se le cuestionó ir a fiestas con sus amigos. Usar camisetas con frases «impropias». Se le cuestionó haber bebido alcohol. Se le cuestionó haber besado al chico que le había gustado. Ella es demasiado joven para comprender porqué, ese chico que le había gustado, la ofrendó, cual trofeo de caza, al resto de su manada.

Esa chica era, en ese momento, demasiado joven para intuir la perversión humana.

Y ahora me la imagino evitando ver las caras y sonrisas de los condenados que, gracias a esa persecución mediática, se van convirtiendo en sutiles victimas de la ira pública, que se revuelve al ver a uno de los condenados pedir que les dejen hacer una vida normal. A sus familiares diciendo que los dejen en paz, que son unos buenos chicos. A sus vecinos divididos, entre la furia y la complacencia. Me pregunto qué siente cuando ve a una joven, casi de su misma edad, decir ante un micrófono, que ella se lo ha buscado.

Puedo imaginar su dolor de estómago al ver a las novias, parejas, mujeres, defendiendo a sus machos condenados, culpabilizando a la víctima, porque, claro, ellos son bien machos. Tan machos que hasta se pueden reproducir estando en la cárcel.

Ella sigue siendo demasiado joven para entenderlo. Ella es todas las ellas que son demasiado jóvenes. Nosotras, todas las mujeres, lo seguimos siendo como para comprender por qué la ley continua haciéndonos responsables de cuidarnos de los malos.

Me pregunto qué pasará si uno, o todos los condenados de la manada puesta en libertad provisional, bajo  argumentos tan nimios como el de que la pérdida del anonimato les impedirá reincidir en el delito, lo vuelven a hacer.

¿Sería, entonces, condenada como culpable la víctima por haberse dejado «abusar» de alguien tan conocido, tan poco anónimo?

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libre

Al margen de la red

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Hace unas semanas decidí darme unas vacaciones de Facebook. Fue a raíz de una charla con un amigo que no solo se tomó vacaciones, sino que directamente cerró su cuenta. Y lo hizo ante el temor de quedarse sin amigos, de los de carne y hueso.

¿La razón? Ir descubriendo, entre posts y comentarios, lo que opinaban, y hasta defendían con vehemencia, sus amigos ante determinadas situaciones y que no se correspondía con la imagen que se había forjado de ellos/ellas a lo largo de años de amistad.

Se sintió superado por las furibundas reacciones ante sus propias opiniones; la intolerancia a discrepar de algunos o la complacencia de otros. Se dio cuenta que le resultaba difícil quedar a tomar una cerveza con ellos sin que salieran a relucir sus últimos comentarios en el caralibro y, por consiguiente, se sucediera una retahíla de reproches y resentimientos. Al final, volvía a casa con la sensación de haber perdido el tiempo, y a más de un amigo.

De pronto pasó de ser un tipo buen rollito a ser etiquetado como rojo por unos, conservador por otros. Insensible por no solidarizarse con ciertas causas. Bobo por sus gustos musicales. Demasiado intelectual por sus argumentaciones. Capitalista por sus vacaciones en Dubái y pobre, por haberse quedado en el paro… etc… etc…

Un buen día, un fallo técnico le dejó sin internet ni móvil, lo que le impidió, durante toda una mañana, su cita con las redes. Si bien al principio tuvo cierta angustia, esa desconexión le sirvió para reflexionar sobre las horas que invertía en mantenerse “enredado” en los muros de los demás. Pensó en que el  tiempo que invertía en quitarse los enfados, era inversamente proporcional al que había dejado de tener para salir a pasear, tomar café, sentarse en una terraza a leer un libro, llamar a la familia o ir al cine. Por no hablar de la privacidad que se había olvidado por el camino…

Siente, sin duda, que ahora vive más feliz y relajado. Queda con sus viejos amigos y siempre tienen muchas cosas que contarse. Ha sustituido la vida de los demás por varias películas interesantes. También está descubriendo un montón de sitios muy interesantes que han abierto en los últimos tiempos y de los que no tenía ni idea. Y, por si fuera poco, su dolor de espalda ha mejorado muchísimo, pues ya no vive con el cuello doblado sobre el móvil.

Me aseguró que vivir al margen de la red, es muy, pero que muy excitante…

Y no le sobraba razón a mi querido amigo: desde que no me conecto a la red azul camino más ligera. Del ánimo se me han ido problemas y angustias ajenas. De la cabeza, algunas malas ideas. Ahora, cuando quiero saber cómo están mis amigos, los llamo por teléfono y quedo con ellos. Y tengo que hacer el esfuerzo de recordar sus cumpleaños, porque no hay algoritmo que me lo diga. Es más, desde que no tengo facebook, me han llegado tres invitaciones en papel, con su sobre y su sello, como las de antes. De hecho, en cuanto termine con esto, me pondré a escribir una carta. Tengo pluma, papel y sobre.

Y tiempo…

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conexión

La princesa y el ministro

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– Desde que sales con ministros…

– ¿Yo? ¡Anda, déjate de bobadas!

– Pues entonces es que ya no te gusto, que ya no me quieres ver. Será que soy músico…

– A ver, a ver… ¿Con quién se fue la princesa después del concierto?

– Conmigo

– ¿En que cama ha despertado la princesa esta mañana?

– En la mía

– ¿Y con quién está hablando la princesa en este momento?

– ¡Joder,  pues estás hablando conmigo!

– Entonces, ¿quién ha ganado en esta historia? ¿El ministro o tú?

– ¡Por supuesto que yo!… ¿Es que acaso lo dudabas?

– ¿Yo? ¡Pero qué cosas dices!…

En realidad el que ganó fue el ministro que, una vez conseguido el más primitivo de los objetivos, utilizó su astucia para librarse de un futuro miserable al lado de la puñetera princesa…

Moraleja

Ten cuidado con lo que deseas…

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Woman with Guitar 1988, Fernando Botero

Woman with Guitar 1988, Fernando Botero.

 

Acampada 2017

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El 5 de junio de 2011, bajo el pretexto de que me tocaba firmar en la caseta de Trama editorial, en la Feria del Libro de Madrid de aquel año, terminamos convocando a amigos, escritores y gentes del buen beber, a la que llamamos Primera Acampada Trama, que no era más cosa que un animado picnic sobre el césped del Retiro, justo detrás de la caseta.

Por aquel entonces nos observaban, paseantes y feriantes, con cierta curiosidad, algo de reprobación y, estoy segura, una poquita de envidia (de la buena, claro está). Incluso no faltó el gracioso que se acercó a saludar y, ya de paso, a preguntar con sorna, y una buena dosis de mala leche, que si tan mal nos iban las ventas como para no poder comer en un restaurante, sentados en una silla, como todo el mundo.

Lo cierto es que lo pasamos tan bien, que la convivencia se prolongó hasta que terminaron por echarnos de nuestra pequeña “parcela”, con la graciosa ayuda de los aspersores.

A partir de ese año, en cada Feria, convocaba, junto con mi editor, una nueva edición de firmas y acampada. Cada vez se acercaban más amigos, dispuestos a disfrutar de unas horas sentados en el césped. La cosa era simple: cada uno traía sus viandas y bebidas, que compartíamos entre todos.

Desde aquella primera vez, en años sucesivos, hemos venido observando como varios feriantes, al principio timidamente, han ido colocando sus manta-manteles en el prado, hasta tal punto, que el año pasado fue necesario estar al loro -en plan Benidorm- para conseguir lugar. (Y es que la gracia es hacerlo justo detrás de la caseta, por aquello de que el autor en turno de firmas, pueda salir pitando para atender a sus lectores.)

Pero las cosas van cambiado y el césped también. Desde el año pasado, a saber si por la crisis del sector o por la ecología, los picnics cobraron una gran relevancia, de tal modo que ahora hasta se hacen carteles e invitaciones muy formales, avaladas por diversas editoriales y/o editores, para convocar a variopintos picnics, a cada cual de más alcurnia y mejor mantel.

Así que, dado que el pretexto para sacar el guacamole, el tequila, las empanadas, la ensaladilla, el chicharrón, la tortilla de patata, y muchos etcéteras más, ha pasado a ser de dominio público, este año los amigos de la caseta 195 de Trama editorial, nos vamos a ir a comer a un restaurante, sentados, como todo el mundo,

Sirva pues, este post, para comunicarles que este año 2017, NO HACEMOS ACAMPADA TRAMA. Y que quien quiera venir a compartir mesa y mantel con nosotros, los amigos, los de siempre, está cordialmente invitado (a pachas, por supuesto), el último sábado de Feria.

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Primera Acampada Trama

Primera Acampada Trama, 5/06/2011