Tres años

.

Porque nunca siempre tiene un principio.

Y siempre, siempre acaba.

Tres años se cumplen hoy,

De aquel absurdo siempre.

Y, aunque a veces parezca que me distraigo,

Es la memoria de mi piel

La que sigue invocando tu presencia

En estos, nuestros mares detenidos.

Tú, tan alto.

Y yo aquí, tan abajo.

Y tan sin ti…

.

.

Desde tu Insula...Desde tu amigo Luis Alberto...

Carlos Álvarez-Ude (1953-2010)

As time goes by

«Cuando despiertes y te levantes,
Y veas tu cuerpo en ese espejo de amor,
Acuérdate: te estoy mirando.»
( Los mares detenidos, Carlos Álvarez-Ude)

 

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que llegue el tiempo de mejores tiempos? Siento pasar el tiempo que no se piensa ir.

Nuestro tiempo. No fue largo, ni breve. Tampoco fue lento, ni bueno ni malo: fue tiempo, simplemente. Nosotros fuimos los adjetivos. Él, el sustantivo epiceno que nos vio pasar.

Pero el tuyo se detuvo a contratiempo. Desde entonces, mi mal tiempo, y el tiempo por venir, le siguen dando vueltas al reloj. Y me consuelo con un «tiempo al tiempo», cuasi un atemporal oxímoron, al que supongo poderes curativos. Incluso, hay quien me asegura que, a su paso, obra olvidos.

Tiempo laso que apenas avanza. A des-tiempo in-justo para (re)nacer. El tiempo de ausencias, de lluvias, de rosas, de calor, de sequía. Invernal.  Tiempo muerto.

Hace tiempo. Cuánto tiempo. Vaya tiempo.  Pasado, presente y futuro: tiempos del verbo amar. Tiempo completo. Tiempo perdido. Día a día, voy haciendo tiempo, como si de una maleable plastilina entre mis manos se tratara, mientras espero a que se agote el tiempo.

Así, con apenas tiempo, yo quise parar el tiempo, pero tú seguiste andando.

De aquello, hace tiempo. Dos años justos, el día de hoy…

El 16 de abril de 2010, Carlos Álvarez-Ude, poeta y editor, soltó amarras y se pararon las olas
para facilitar el camino a sus naves: la de la poesía, la de la amistad, la del amor… In memóriam (Ruth Toledano, 2010)(leer más…)

Nocturnidad

º

De vez en cuando, como casi cada siempre, detener los mares -y las madrugadas-, para conjurar  ausencias. ..

º

º

Qc

…Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada…

Elegía, Miguel Hernández .

º

16 de abril, 2011: fin de la ruta de duelo

º

mío:º


º

Aquí estoy, de madrugada, sola y escribiéndote de nuevo.  Hace un año que llegó el último golpe, a cara descubierta, catéter en mano. No fue por sorpresa, es cierto. Lo llevaba advirtiendo tres años. Pero, me sorprendió.

Entre el abril de ayer y el día de hoy, cuento un tiempo que habría deseado no contar.

«Un año», dijo Fernando. Un año en que todo pasará por primera vez. Y ha pasado todo, y de todo, incluso nada, también.

Doce meses de ajustes y reajustes. De aprender algo que nunca quise aprender. Tiempo de miedo. Tiempo de incertidumbre. Y  de descubrimientos. De abrir y cerrar cajones.

Un luto que, a veces, se vistió de negro y, otras, lo vestí de ti.

Un re-aprender a hablar con el silencio. De reposar la soledad en la almohada y retomar los sueños. Sonreír de nuevo. Incluso, hasta desear mirarme en otros ojos. Poder volver a leer tus versos y besarlos míos. Conseguir hablar de ti sin tener que vencer el dolor atragantado.

Y, aunque al principio me parecía imposible, al final, cariño, hemos conseguido, tú y yo ―con dolorosa pena―  fundir tu ausencia con esta nueva vida que dejaste para mí.

Y te acercas, suavemente, acariciando la noche: «A partir de mañana ―me adviertes― comienza el año nuevo: el tuyo. Se acabaron las coartadas y los refugios lastimeros.  Al alba, volverás a abrir la ventana, los ojos y el corazón. Sacudirás la rabia, tu tristeza y mi fantasma». Prometo hacerte caso.

Lo primero que haré será pintarme con mi mejor vestido. Bailaré con tus recuerdos y pondré música a tus mares detenidos mientras brindo por ti y por mí. Ya no serás más lágrimas.

(Y si se escapa alguna, se quedará entre nosotros. Lo juro)

Lo sé: ya nada pasará por primera vez. Ni siquiera tú. Ni siquiera yo.

Te quiero. Para siempre,

Tu generala.

º

La enamorada

ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

Alejandra Pizarnik

º

* Este fue el primer poema que me leíste, el mismo día en que nos conocimos…

*… Y este, el primer disco… Como si ya entonces, presintieras el final del cuento…

º



Idus de Marzo

º

º

Nada más salir de la estación de Recoletos, le vio parado justo enfrente de la puerta de la Biblioteca Nacional. Le hizo una señal con la mano que él no advirtió, así que caminó hasta el paso peatonal para cruzar la avenida y darle alcance.

Para cuando llegó al punto, él ya no estaba. Miró a su alrededor: no podía haber ido lejos. Mientras dudaba la dirección a seguir, alcanzó a ver como se sentaba en la terraza del bar “Los espejos”. Retrocedió en sus pasos hasta el semáforo. Espero pacientemente la luz roja para los coches.

¡No puede ser! ― pensó al descubrir que en el lugar no había ni dios. ¡Pero si te he visto sentarte aquí mismo, joder!, le reclamó a nadie. Un poco molesta y otro poco desconcertada, dedujo que habría seguido el camino de todos los días, así que echó a andar por la calle de Génova hacia Alonso Martínez.

Pues si, presumió bien. Aunque su espalda le llevaba al menos una calle de ventaja, ésta vez no lo perdería de vista. Y, aunque así fuera, ella conocía de sobra el sitio al que se dirigía. Al llegar a la glorieta, giró a la izquierda. Bajó por el bulevar en dirección a la calle de Hortaleza.

Aunque el día pintaba un color gris plomizo, no hacia nada de frío ni de melancolía. Madrid lucía muy agradable, asomando su incipiente primavera. La primera terraza con la que tropezó fue la de la Cervecería Santa Bárbara. Sonrió a un par de miradas conocidas y se cercioró de que él no estaba ahí. Siguió su camino.

Dos terrazas más y llegó al lugar de siempre. Bueno, de siempre con él. Era el bar donde se habían visto la primera vez y del que salieron juntos para llegar a viejos. «El lugar del crimen» le llamaba él. No estaba en la terraza, ni tampoco dentro. Supuso que habría ido al baño o a comprar tabaco, algo que solía hacer nada más entrar. Se sentó en la única mesa que quedaba libre: entre la puerta y la tienda de los chinos.

Notó que tiritaba de frío cuando el camarero le acercó la cuenta y, de paso, a darle aviso de que ya iban a cerrar. Tan sólo tenían permiso hasta la una, «ya sabes, los del ayuntamiento y los vecinos…». Sorprendida, miró a su alrededor. En efecto, la noche había entrado muchas horas antes. Las mesas habían desaparecido. Coloridas luces de neón descubrían bocas de lobo ocultas al día. La gente había cambiado los trajes por cazadoras y minifaldas.

Sacó dinero y pagó la cuenta. Guardó el tabaco. El italiano, que recogía su mesa, le sonrió:

― Buonna notte, piccola principessa… ¡Eh, cuídate de los idus de marzo que aún no acaban!…

― ¡Hasta mañana, Nico!―  prometió, mientras se alejaba calle arriba.

Mientras la veía desaparecer, tragada por la boca del metro, el camarero pensó en la absurda naturaleza humana, empeñada en volver, una y otra vez, al lugar de los hechos.

― ¡Y por estas calles, grazie a Dio, anda mucho criminal suelto!, canturreaba, contando el dinero de caja.

º

º

Como los osos en invierno

º

º

Cuando despiertes, y te levantes,

y veas tu cuerpo en ese espejo de amor,

acuérdate: te estoy mirando.

Obsérvate despacio,

estudia cada uno de tus poros:

me verás, seré «el testigo» de tanta belleza.

 

Vuelve a recordar:

qué poro es el que absorbe,

cuál el que aguarda.

 

Resulta ridículo que, «a estas alturas de la vida»,

vayamos a creer que todo esto es incierto,

una invención, sólo un sueño;

no lo es. Es simplemente vida.

 

Nunca me escondí,

fue que estuve en un letargo,

como los osos en invierno.

 

Los mares detenidos, Carlos Álvarez Ude

º

De las pocas cosas buenas que podría contar de 2010, año fatal, es, sin duda, el recuerdo de tu cara llenita de sorpresa y  tu mirada de amor al sentir, por primera vez, Los mares detenidos entre tus esbeltas manos…

Nuestros sueños y tu cuerpo se rindieron a una batalla perdida de antemano… Más tus versos están muy vivos, aquí, conmigo, observándome cada poro…

¡Feliz eternidad 2011, cariño mío!

º

 

8

º

º

Ocho años es mucho tiempo para volver o irse a ningún sitio. Es el tiempo que tardé en volver a México. Casi los mismos años que nos tuvimos.

Son ochenta kilómetros los que hay entre Madrid y el pueblo, distancia suficiente para no poder evadir la cercanía de las fiestas navideñas: la carretera está atascada de coches a una hora en la que ya no debería haber más de tres despistados como yo.

Me viene a la cabeza la imagen del tatuaje de la querida Ruth. “El ocho, el infinito”, me dijo el día que se lo descubrí.

A nosotros nos faltó uno para llegar a ocho. Fueron siete las navidades que pasamos juntos, tú y yo. Siete años nuevos que comenzamos al sabor de un zumo de naranja que distrajese la resaca de las últimas uvas. Siete roscones en día de reyes. Siete regalos que busqué para sorprenderte. Siete obsequios que me diste y que podría enumerar. Siete cumpleaños para ti y otros tantos para mí.

Recuerdo como contabas, ufano, que te bastaron siete minutos para convencerme de casarme contigo. En realidad, te sobraron siete, querido.

Desde la radio, Bruce me sorprende cantando «In my dream my love is lost… Back in your arms, again»… Una vez más, the Boss me ciñe a tu recuerdo.

Hago un rápido recuento: llevo ocho meses dando vueltas por el mundo sin poder parar, en un viaje de ida y vuelta sin sentido, pero, siempre, volviendo a la misma ausencia. Son los meses que nos faltaron para sumar.

Porque, ocho, es un tiempo infinito para dejar(te) de amar… Y menos en estas fechas…

º

Domingo 7

º

º

Han venido tus hijos a conocer la casa nueva. También vino tu hermano; Sara, tu dulce nuera y Ana, la sobrina cantarina.

Para empezar, nos hemos comido una deliciosa paella con garrafones y rosellones.Vinito y sidra a tu salud.

Luego, hemos hecho lo que teníamos pendiente por hacer: repartir los recuerdos…

Mientras iban colocando las cosas sobre la mesa, el triste silencio se fue rellenando con anécdotas. Fueron unas cuantas horas repartiendo tu vida en montoncitos.

Se han marchado, cada uno, con sus bolsas llenas de ti.

Y cuando creo que ya no queda más, te descubro mirándome desde la foto que se escondió, astuta,  por debajo de la mesa…

Un día muy duro…

º

º

Nostalgia del Futuro

º

º

Para Jorge y Juan Andrés,
por las tardes en el Denny´s…

º

º

Ayer en el caralibro, mi viejo amigo Juan Andrés Mora me comentó que, junto con otro más viejo amigo, Jorge Múgica, han estado recordándome e imaginando cómo soy ahora.

Tengo que decir que a estos dos viejos rojos, tan viejos como yo, los conocí en las filas del Partido Comunista Mexicano. Bueno, yo estaba en las brigadas juveniles y ellos ya formaban parte de una célula. Ellos eran los responsables de organizarnos a los brigadistas: pintas; recolecta de fondos; repartir propaganda; hacer banderas; acudir a las manifestaciones; reuniones de estudio, etc. Y, entre una cosa y otra, un baile de solidaridad con Cuba, por ejemplo. Y un poco de ron, claro está.

En aquella época, yo era la chica del «morral y los huaraches». Entonces, lo revolucionario era tratar de vestirse como los indígenas. Te calzabas unas sandalias de suela de caucho y correas de cuero que te dejaban los pies heridos; una camiseta del Ché o de Mafalda y un bolso de lana, de los que se usaban en el campo para recoger semillas. El pelo largo por todo el cuerpo. Yo tenía, más o menos, quince años, cuando me dieron el carnet.

Mi padre, estalinista convencido e histórico militante del PCM, no soportaba a mis «camaradas» que eran justo todo lo contrario a él. Pero yo estaba en la edad rebelde y salir con ellos, era la mejor manera de reivindicar mi incipiente libertad.

Ya se sabe que del roce nace el cariño y yo me enamoré perdidamente de Jorge. Ramón S. de mí. ¿Juan Andrés, de quién? Jorge de otra. Frustrado mi platonismo, yo cedí a los besos de Hugo V… etc…  Y así era la endogamia militante que vivíamos tan felices. Sobra decir que, lo único que no nos atrevíamos a hacer, bajo delito de traición, era buscar amores en otras filas…

Pero, crecí y encontré trabajo y amores en otros lares. A juicio de algunos, me convertí en una pequeño burguesa (¡Joder! El tiempo que no recordaba tal concepto). Abandoné la casa paterna y me fui a conquistar el mundo del agua caliente, los zapatos de tacón y los pequeños placeres que, luego fui descubriendo, casi todos los camaradas gozaban a discreción (sobre todo cuando nos encontrábamos en algún lugar y admiraban mis minifaldas).

El cine, la televisión, la música, la literatura han sido el hilo conductor en mi vida laboral. Amar y desamar, ha sido mi sino en lo personal.

Gracias al facebook, he vuelto a retomar el contacto con Jorge y Juan Andrés, que ahora viven en Chicago, una ciudad que me trae entrañables recuerdos. Nos leemos y saludamos de tarde en tarde. Nos queremos en el tiempo, aunque sea a miles de kilómetros.  A los tres se nos llenan los dedos de nostalgia. Y sé que nos gustaría estar juntos, mirarnos a los ojos y bebernos mil tazas de café, tratando de ponernos de acuerdo para hacer la revolución, como hacíamos antes. Han caído muchas tormentas desde entonces…

Juan Andrés escribió en mi muro:

«… y en un ejercicio por demás ocioso… tratamos de imaginarnos a todo color… cómo eres… a ver si c…ooperas y nos ayudas!..  Que de lo contrario… nos vamos a ver en la penosa necesidad (que contrariedad, jejejejeje)… de reinventarte…»

Te respondo, camarada:

Mi biografía personal, como bien sabes, está llena de reinvenciones. Precisamente ahora, estoy comenzando la enésima. Así pues, queridos míos, lamento si los defraudo pero, poco o nada, ha cambiado su chica de la bandera…

Sí acaso, algunos años más…

º